«El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo esconde y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mt. 13, 44).

Todas las personas tenemos experiencia de que somos "finitos", es decir: nos ponemos enfermos, sentimos dolor, sufrimos, envejecemos, y algún día nos moriremos. Nuestra existencia es limitada, aunque nos gustaría ser infinitos, inmortales, no sufrir, mantenernos siempre jóvenes, y ser felices siempre.

Por una parte gracias a la ciencia y a la técnica, vamos consiguiendo satisfacer nuestra necesidades concretas de la vida ordinaria. Pero la felicidad verdadera que queremos, las respuestas que buscamos, la salvación que anhelamos, no las podemos conseguir en este mundo.

Por eso nuestra existencia limitada y nuestras ansias de ser felices siempre nos llevan a pensar en un Ser de donde haya brotado todo como en su fuente y que, a su vez, sea eterno, es decir, no reciba la existencia de otro. ¿Quien lo ha creado todo?, ¿Quién nos hace realmente felices?, ¿Quién hará justicia a todos los sufrimientos que hay en este mundo?. Este ser debe Ser absoluto, o sea Dios.